Podría haber acabado todo.

¿Por qué le estaba pasando esto de nuevo? Se suponía que no volvería a sufrir por nada, que era fuerte por fin. Al parecer se equivocaba. El corazón nunca le hacía caso a la razón, y ahí estaba otra vez, en una esquina de su habitación, con el mp3 encendido, la música a tope, evadida del mundo, una cuchilla en mano, la de siempre, ya algo oxidada del roce de la sangre. Y, por supuesto, llorando. Llorando como siempre, o como nunca. ¿Por qué se llora por amor? No merece esa tristeza, ese dolor. El sentimiento más bonito del mundo debería ser acompañado por alegría, sonrisas, no por llantos. Pero así somos los humanos. Así es ella. 
Recibió cinco llamadas al móvil, dos mensajes, una mención en Twitter, un mensaje privado en Tuenti, y un repiqueteo en la puerta. 
Estaba claro quién la reclamaba tanto, su mejor amiga, la que siempre estaba allí. Le habría gustado que no se hubiera preocupado tanto por ella, pero no era nada discreta. Cuando se encontraba mal, primero decía cualquier cursilada en Twitter y luego se escondía en la oscuridad de sus recuerdos. 
Su madre abrió la puerta, se sorprendió de que la luz estuviese apagada, pero sin preguntar nada le dio el teléfono. No tenía ni fuerzas para cogerlo, las había dejado todas mientras lloraba. Sujetó aquel aparato con las dos manos y se lo acercó a la oreja. No le hacía falta preguntar para saber quién era, aun así lo hizo.

 ¿Sí? ¿Quién es?
¡Dios mío, por fin te encuentro! ¿Sabes cuánto tiempo llevo buscándote? ¡Te he llamado cinco veces, te he dejado un millar de privados, de mensajes, de menciones y no me has respondido a ninguna! 
 —Lo siento, no tenía el móvil a mano.
—¡Los cojones que no tenías el móvil a mano! Menos mal que estás en tu casa, no sabría que hacer si no estuvieras allí. 
—Nada, tú no tienes que hacer nada.
—¿Que no tengo que hacer nada? ¡Eres mi mejor amiga! Si tú estás mal, yo estoy peor, ¿recuerdas? 

Ella no dijo nada, cerró los ojos mientras las lágrimas caían, ardiendo, quemando la piel a su paso.

—¿Es por él verdad? Dios... Pensaba que iba a ser diferente, que ya estabas bien... Pero ya veo que no. Mira, eres fuerte, y aunque no te lo creas yo sí, ¿vale? Tienes que serlo. Aprende de tus errores, los del año pasado, díselo y salimos de dudas. Pero no sufras, joder, que no te lo mereces. Tú vales mucho, muchísimo. Créetelo de una vez, por dios. Es que... Todo lo que te pueda decir ya lo sabes, es lo mismo de siempre. Pero escúchame, incluso si él no está enamorado de ti, no es tan gilipollas como para alejarse. Tú solo te enamoras de los chicos buenos, de los que te hacen sentir bien, los que son leales. Y lo sabes, ¿verdad? Sí, lo sabes. Prométeme que no volverás a hacerte daño.

Se deshizo en sollozos, ¿cómo demonios sabía lo que había hecho las otras veces?

—Sí... Los he visto. No importa todo lo que los ocultes, esas marcas no se borran nunca, aunque tú ya lo sabes...

Se escucharon unos gritos de fondo, probablemente la madre de su amiga, o su hermana.

—Tengo que colgar, pero recuerda esto: Yo siempre estaré contigo, ¿me oyes? Siempre. Te quiero.

Lanzó la cuchilla al otro lado de la habitación, no era momento de hacer locuras, de sacar las cosas de quicio, aún no. Todavía quedaba esperanza para ella.
 

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